Hace unos días se cumplió un nuevo aniversario de la muerte de Simone de Beauvoir , 24 años pasaron de su deceso y su legado aun abierto al descubrimiento y redescubrimiento
Castor, como solía llamarla Jean Paul Sarte, su compañero en pareja libre, abierta a experiencias amorosas y sexuales diversas, fue un apodo que ella supo ganarse, por su andar en grupo y su espíritu constructivo que también caracteriza a esos animales.
Y supo también escribir: ensayos, novelas, biografías….
Compartió con Sartre el existencialismo y su propia existencia, aunque supo diferenciarse de él y de su obra, a través de su propia creación.
A mediados del siglo pasado Simone escribió El Segundo Sexo, libro que si no fuera por el ateismo que caracteriza a muchas feministas sería declarado una Biblia más.
A lo largo de sus 700 páginas, Simone habla del destino de las mujeres, el lugar en la historia, los mitos que nos rodean, la educación y formación que recibimos en nuestra vida, la maternidad, el matrimonio, la liberación…
Pero de quien nos enseñó que mujer no se nace, sino que se llega a serlo, esta vez no me referiré a esta obra, aunque seguramente sí lo haré en otros momentos, sino a su relación con Sartre.
Decir pareja abierta o amor libre muchas veces no alcanza para describir de qué se trataba la relación:
En 1938 y luego de 8 años de relación con el Sartre, Simone le escribe una carta:
“Querido pequeño ser: Quiero contarle algo extremadamente placentero e inesperado que me pasó: hace tres días me acosté con el pequeño Bost. Naturalmente fui yo quien lo propuso, el deseo era de ambos y durante el día manteníamos serias conversaciones mientras que las noches se hacían intolerablemente pesadas. Una noche lluviosa, en una granja de Tignes, estábamos tumbados de espaldas a diez centímetros uno del otro y nos estuvimos observando más de una hora, alargando con diversos pretextos el momento de ir a dormir. Al final me puse a reír tontamente mirándolo y él me dijo: "¿De que se ríe?". Y le contesté: "Me estaba preguntando qué cara pondría si le propusiera acostarse conmigo". Y replicó: "Yo estaba pensando que usted pensaba que tenía ganas de besarla y no me atrevía". Remoloneamos aún un cuarto de hora más antes de que se atreviera a besarme. Le sorprendió muchísimo que le dijera que siempre había sentido muchísima ternura por él y anoche acabó por confesarme que hacía tiempo que me amaba. Le he tomado mucho cariño. Estamos pasando unos días idílicos y unas noches apasionadas. Me parece una cosa preciosa e intensa, pero es leve y tiene un lugar muy determinado en mi vida: la feliz consecuencia de una relación que siempre me había sido grata.
Hasta la vista querido pequeño ser; el sábado estaré en el andén y si no estoy en el andén estaré en la cantina. Tengo ganas de pasar unas interminables semanas a solas contigo.
Te beso tiernamente, tu Castor.
La relación intelectual entre Sartre y Beauvoir se ve complementada por un compromiso en el que ambos impusieron reglas para dicha relación: libertad y sinceridad absoluta.
Tanto él como ella, contaron con diversas relaciones “contingentes” que eran aceptadas mutuamente.
"Amores contingentes" eran aquellos que sostenían de manera abierta, cada uno por su lado con otras personas y llamaban amor necesario o esencial al que se profesaban mutuamente
Simone mantuvo diversas relaciones a lo largo de su vida con otros hombres pero también con mujeres, algunas de las cuales también se relacionaban con Sartre o con alguno de los amantes contingentes de
Para el existencialismo, cada conciencia que logra su libertad es una perpetua superación de sí misma hacia otras libertades y el hecho de que ellos consideraran al amor y la amistad plurales no significó que fuera sin conflictos, ya que no se trataba de una política de la felicidad sino de una exploración de la libertad.
Sus Memorias de una joven formal de 1958 dan cuenta del pasaje que hizo Simone, educada según la sólida moral cristiana vigente en la época, hija de la moral burguesa. En ellas cuenta la fuerte impresión que le causó, en su juventud, descubrir el ocaso de la religión: dejar de creer en Dios era asumirse plenamente responsable de sus propias elecciones.
En la última parte de sus memorias,
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